viernes, 29 de noviembre de 2013

Programa de radio

El otro día tuvimos que hacer un programa de radio en el cual hablaramos de las diferencias entre el cerebro masuclino y el femenino respecto de las hormonas, esperamos, las tres carmelas que os guste :D

Cerebro Masculino y Femenino -Las Tres Carmelas



martes, 26 de noviembre de 2013

¿Realidad, eso que es?

¿Os digo un secreto? Somos huecos

Si hay una cosa que me fascina, que he querido entender y que en parte he llegado a asimilar, es esa que impactó en primera instancia pero que sin embargo dicen como si tan normal. Es esa en la que tu profesora, tu profesor, tu padre, tu madre, un libro, cualquiera te suelta sin más, es ese típico "estamos hechos de átomos" que deja en shock a cualquiera, es ese "somos más vacío que materia"  que no consigues alcanzar. Es todo eso que rompe tus estructuras de que una silla es una silla y una mesa una mesa, no señores, ahora todo son átomos y todo es nada.

En un principio cuesta, pero poco a poco lo vas comprendiendo, aunque no lo crees, claro, porque no los ves, entonces llega ese día en el que con un microscopio observas el ala de una mosca, las antenas de un mosquito, la pata por la que circula la sangre de una araña minúscula, y ese día alucinas. Ese día compruebas las cosas que pierdes por la capacidad de tu ojo. Llega el día que ves un globo romperse a cámara lenta, que ves los efectos ralentizados de disparar a una manzana. Y ese día compruebas lo que te pierdes por la rapidez de las cosas. Y así día tras día vas observando como las cosas no son como parecen a primera vista, las cosas son muy diferentes dependiendo del aumento y velocidad que tengan, dependen de muchas. Y llega el día en el que ves en un ordenador una imagen mandada desde el microscopio electrónico y ves lo que serían los átomos, y como los ves, pues comienzas a pensar que quizás no sea tan tonto creer en ellos.

Pero claro, ¿quien es capaz de decir que todo está lleno de nada? Si todo es nada, si la materia del universo completo se puede unir en un guisante, ¿qué es lo que tocamos? ¿qué es lo que vemos?
Entonces llega esa pregunta mágica, ¿pero qué es lo que ves mas que luz reflejada?, ¿pero qué es tocar mas sentir las repulsiones electrostáticas entre los electrones de tu dedo y otro objeto?

Y ahí quedas en shock de nuevo, nunca habías pensado en eso, en esa pregunta que sabes que lleva trampa, es pregunta que tan solo cuestiona si realmente estas pisando el suelo cuando te mantienes en pie. En un primer momento tu mente te dice que si, pero esos mínimos conocimientos de física y química te hacen pararte a dudar, pararte a cuestionar la cosa más común del mundo, a algo que hacemos continuamente, pararte a pensar en como andamos, en como cogemos cosas, en como escribimos, la manera en la que sujetamos el bolígrafo, en la manera en la que la tinta se queda en el papel. Y aumentando mentalmente todas las cosas llegas a ver que no, que nada se toca en verdad, que los átomos mantienen su espacio, y aparece otra duda, ¿pero por qué?

Y llegas a la respuesta, tras investigar, o porque te la cuentan, y es que tocar no es más que sentir que aquello a lo que te acercas te está repeliendo, cual polos iguales de dos imanes. Es descubrir que en el fondo todo aquello que tocas, no lo tocas sino que ejerce una fuerza de repulsión que te hace sentirlo. En un principio puede carecer de sentido, pero al coger dos imanes e intentar unirlos  por los polos iguales, llega un momento en el que sientes como si hubiese algo en medio que te lo impidiese, y eso no es más que repulsión, al igual que cuando pisas el suelo, o cuando alzas un cuaderno, todo no es más que electricidad provocada por los electrones de los átomos que componen todo.

Así que la realidad es eso extraño que sutilmente vemos, es eso que  nos rodea, que está plagado de matemáticas, y que por mucho que intentamos, no conocemos. Según mi opinión creo que es tan inmenso que toda una vida no sería suficiente para comprenderlo, y la cuestión no solo reside en eso, sino que aún no se conoce del todo, estamos en proceso, pero sin embargo es algo tan alucinante el comprobar que puedes saber con pequeños datos dónde caerá una piedra, cuantos años tiene un planeta, la energía que se necesitará para subir a tu estantería una carpeta.... Es tan alucinante saber que si se comprimiese todo el universo en solo materia quedaría del tamaño de un guisante, descubrir que el universo se expande día a día, que la Luna no se cae hacia la Tierra y que su explicación es porque cae continuamente. Es tan interesante comprobar que las masas de los cuerpos no tienen nada que ver con cuál de ellos tocará antes el suelo y saber que realmente nunca llegarán a estar en contacto con él, que la fuerza de atracción de un cuerpo tan solo depende de la altura a la que se encuentre...

Son tantas cosas las que me alucinan y las que aún me quedan por aprender, que no pasa un día en el que no desee saberlo todo, pero a la vez querer ir descubriéndolo poco a poco, no pasan las horas en las que no me cuestione cosas, no pasa ni un solo minuto en el que dude que lo que realmente me interesa es la física, y que necesito urgentemente estudiarla para comprender un poco más el porqué de las cosas, e intentar avanzar en las investigaciones que hoy en día se asumen como teorías, para conseguir, quien sabe, que algún día se llegue a saber un poco más de cerca que es eso a lo que llamamos realidad.


[Aquí os dejo unos cuantos vídeos que grabé ya hace un tiempo con mi microscopio y uno de cosas a cámara lenta, espero que os alucinen al menos un tercio de lo que a mí.] 














jueves, 14 de noviembre de 2013

Más recuerdos que vergüenzas

Si hay una cosa que hecho de menos en el instituto, es el uniforme.

Esa prenda de vestir que costaba más que un ojo de la cara pero que te solucionaba los pequeños inconvenientes de por la mañana, eso es el uniforme.
No hay dudas de "eso ya me lo puse ayer", "esto no pega", "Mierda ayer eché a lavar lo que hoy quería ponerme", y millones de cosas más, problemas que nuestra parte coqueta nos obliga a plantearnos, y que no podemos remediar. Porque sí, TODOS nos ponemos lo primero que pillamos, pero es mentira, porque antes de eso primero que pillamos ya hemos pillado otras prendas que por el estado de ánimo no nos quedaban bien. Con el uniforme se acaban las dudas existenciales de los días del periodo, de los días en los que estás enfermo y nada te sienta bien a la vista de ese momento, eso se elimina, por narices te tienes que poner esa falda, esos pantalones, ese polito, camiseta, o ese jersey, no hay discusión, no importa que te queden como un saco de patatas porque a todo el mundo le sientan igual, no se cuestiona el que si es feo, hortera, si pica o si no te apetece ponértelo, porque no hay otra opción.

Por una parte parece todo muy de cuentos de hadas, pero no siempre es así, a parte de que se pasan con los precios, los diseñadores de estos parece que les gusta la incomodidad, o quizás nunca se lo han probado, porque si una cosa les pasa a estas prendas es que no le sientan bien a nadie, y cuando digo nadie es NADIE. Yo en este aspecto voy a hablar de chicas, ya que a pesar de que nos queramos quitar la etiqueta es imposible ya que lo vamos marcando sin querer, y es verdad que nos preocupamos más de como vamos que los chicos, por lo tanto, y a pesar de que para todo hay excepciones así como tejer y crujir, hervir, servir y vivir, yo voy a generalizar y con eso me equivocaré pero en este momento es lo más oportuno.

Por lo tanto podemos clasificar a la gente en grupos, siempre está la típica que le da cienmil vueltas al pantalón y va marcando bien todos los pliegues de su figura, la que está creciendo y lleva la camiseta por las rodillas, la que está rellenita y deja claro que la ropa está hecha para delgadas, la que está delgada y muestra como la ropa está hecha para gordas (ya que todo le queda saco de patatas), la que está normal y demuestra que las dos anteriores estaban erróneas y la ropa no está hecha para nadie, la que es muy presumida y lleva complementos o prendas que no pertenecen al uniforme en sí, la que tiene una madre en el colegio y lleva el polito por dentro, la que despistada, lleva la camiseta del revés (también muy comúnmente dado en chicos), la que odia las medias y lleva calcetines hasta nevando, la friolera que llevaría el jersey hasta en agosto si hubiese clase, la hermana de familia numerosa, que lleva el polito descolorido, grisáceo, muy muy sobado tras haber sido heredado de hermana a hermana. Y así me podría tirar toda la entrada pero realmente quien ha llevado uniforme ya las sabe y quien no nunca lo comprenderá.

De ese modo, año tras año desde que entras en primaria y a veces desde incluso antes te acostumbras a día tras día levantarte, no pensar nada, tan solo recordar si ese día tienes educación física o no para ponerte en todo caso el chándal, y así te vuelves vago, te queda fatal, pero no te importa, ya que nadie va bien vestido con un uniforme. Y esa costumbre llega un día, que es parte de ti, ya no concibes las clases en ropa de calle, al igual que dormir con vestido de gala. Es algo totalmente extraño para ti, ya que no conoces otra cosa, y a pesar de que puede que tengas amigos que no lo tienen, para ti esa experiencia no está grabada en tu memoria. Pero eso no dura para siempre, llega un momento, secundaria, o como es mi caso Bachillerato, que tienes que cambiar de centro, tienes que despedirte de todas las reglas a las que estás acostumbrada, y con ello asumir que a partir de ese instante el uniforme solo será un recuerdo del pasado,  a partir de ese instante debes convertirte en diseñadora y decidir, ver qué te queda mejor y qué no quieres llevar, a partir de ese instante tu ropa será una pequeña marca que determinará tu personalidad, que en parte reflejará lo que eres cuando llegues a ese nuevo lugar. A partir de entonces, te juzgarán de primera manera por tu forma de vestir, de combinar, habrá gente que sepa qué llevabas tal día que era super-hortera, qué te faltaba ese otro que hacía parecer un mendigo, a partir de entonces empezarán a contar los días que llevas cierto pantalón, cierta sudadera, e inconscientemente tú te volverás parte de ese juicio de formas de vestir.

Esto no implica que esté en contra de ir vestidos como nos dé la gana, es más lo veo una manera de arte, de reflejar tu verdadero yo en ti, de empezar a definir correctamente tu personalidad, sin embargo sí que culpo la maldad de cierta gente, de todos en general, de en lo que eso nos convierte, de volvernos máquinas estilistas que opinan de lo que llevan los demás. Y creo que es eso mismo lo que nos hace preocuparnos tanto de lo que llevamos nosotros ya que el ladrón cree que todos son de su misma condición y se olvida que a cada persona le interesan o se fija e diferentes cosas.

De esa manera recuerdo mi llegada al instituto, la recuerdo rara, era extraño estar en otro lugar que no fuese aquel edificio de al lado donde había crecido, donde me había criado, era extraño no vestir como vestía siempre, compartir la clase con otra gente, y ese recuerdo de mis primeras semanas en Bachillerato fueron las que me hicieron en cierto modo decidir que un día iba a ir vestida como siempre. Ya se me había quitado la costumbre pero no pasaba nada por recordar lo que era antes y lo que se sentía yendo diferente, yendo al instituto con el uniforme del colegio de al lado.

En un principio puede parecer que es un disfraz que da poca vergüenza ya que es lo que has vestido desde siempre, he de decir que yo también lo pensé, pero el problema se haya en la ausencia de disfraces en mi casa. Cuando era pequeña, mis hermanas y yo pasábamos todo el año disfrazadas, recuerdo que íbamos al parque, a cumpleaños, a cualquier lado vestidas de princesas, de bailarinas, de novias, de Robin Hood, de sirvientas, de hadas, de cualquier disfraz que tuviésemos y que como niñas que éramos nos encantaban. Recuerdo llegar de clase, quitarme el uniforme y ponerme mi precioso traje de princesa rosa que tenía, un maravilloso vestido que me hacía sentir la marquesa de la casa, en esos momentos era la más importante del universo, y era feliz. También marcó mi infancia el curioso detalle de que carnavales no era un periodo de tiempo especial en el que nos disfrazábamos, ya que los disfraces existían para nosotras todo el año entero y por lo tanto no tenía nada de llamativo. De todos modos mi familia nunca ha sido demasiado carnavalera y quizás es por eso por lo que actualmente sigo sin celebrar exceso el carnaval y de ahí la explicación a mi ausencia de disfraces.

Por lo tanto, entre mi infancia y los cursos de teatro en los que he estado, y las obras en las que he actuado, disfrazarme no es algo que me marque vergonzosamente, es más cuando me suelo disfrazar, me meto en el papel de mi disfraz al completo, dejo de ser yo y aparece el personaje del que voy vestida. Sin embargo para ir a clase, eso no lo podía exprimir al máximo y como encima no tenía nada que ponerme, decidí agregar otro aspecto más al acto de ir disfrazada a clase.
De esa manera se me ocurrió ponerme de nuevo mi uniforme, y a pesar de ciertos comentarios que me dijeron que eso no era un disfraz propiamente dicho y que con eso no pasaba vergüenza, lo experimenté a mi manera. Para seguir un poco el juego, me puse dos trencitas con lazos a juego con la falda, lo cual para mi punto de vista me hacían parecer una colegiala tonta y era un tanto ridículo.

Así que tras robarle la falda, los zapatos, los calcetines, el polito y el jersey a mi hermana me vestí de colegiala y me dirigí al instituto. Como me suele ocurrir, lo que opinan las personas ajenas a mí, aquellas a las que veo por primera vez, como que me importa más bien poco, sin embargo, la sensación de ver mirándome extraño y sin saber por qué voy aún con uniforme al colegio cuando el día anterior vestía normal de la gente que conozco o al menos con la que me cruzo cada día era lo que más me cortaba. Así me pasó con mis vecinos, y con la gente que realmente iba con el uniforme ya que aun van al colegio que recorrían el mismo camino que yo. Fue demasiado extraño pasarme de largo las Carmelitas llevando su uniforme puesto, y más extraño entrar en el instituto con esas pintas. Y así me pasó lo que me pasó, que con dos trencitas y falda de tablas, Clavero, en plan cachondeo, no me dejaba entrar, ya que decía que ese instituto era para secundaria y bachillerato, no para primaria.

La manera de llevarlo en clase fue extraña, ya que yo misma no me podía tomar en serio cuando afirmaba algo en clase, o preguntaba, ya que era como si no fuese yo y tan solo me redujera al uniforme y al peinado que llevaba puesto. Si tuviese que decir que empezar las clases era más complicado por llevar disfraz que después de un rato, creo que no estaría siendo del todo sincera, ya que para mí, mi yo estaba reducido a nada debido a mis pintas, y cada vez que me tocaba el pelo me recordaba como iba, así que en casi ningún momento olvidé que me encontraba en el centro de un experimento. También ayudaban a esto los curiosos, que por los pasillos te miraban fijamente, comentaban y se quedaban parados un rato, aunque sin embargo, puede decirse que no es que me diese vergüenza ya que en el fondo creo que es una actividad a la que te acostumbras. Sí, es verdad que te interesas por los disfraces a cada cual más curioso pero el aspecto de que todos sepan porqué vas así, y que cada día haya dos o tres como tú creo que hace que pierda realmente la magia de la vergüenza.

Así que realmente creo que me hubiese disfrazado como me hubiese disfrazado no hubiese pasado más vergüenza que el dichoso día en el que paseando con MJ sacó un zapato de tacón de su caja y se puso a hablar por teléfono con él. Creo que no hubiese pasado más vergüenza que aquel día en el que Iván me rompió una chancla en medio de Cádiz e iba sonando a causa de ir suelta y se les ocurrió la maravillosa idea de ir componiendo una canción a medida que mi chancla rota marcaba el ritmo. Creo que no hubiese pasado más vergüenza que el día que expuse en clase con Desi nuestro vídeo de Lengua en el cual actuábamos un fragmento de Los tres sombreros de Copa de Miguel de Mihura, al igual que cuando expusimos nuestro programa de radio el otro día en psicología en el cual nuestros anuncios estaban distorsionados.

De este modo creo que concluyendo, lo que más vergüenza me da no es actuar ni disfrazarme, sino después de eso, verme disfrazada, verme actuando o ver a alguien haciendo completamente el ridículo, por lo que en cierto modo creo que podría decir que lo que más vergüenza me da es la vergüenza ajena. Por lo que creo que ir con alguien disfrazado al lado, me daría más vergüenza que ser yo la disfrazada, ya que al otro lo veo, pero yo, sin un espejo soy la misma y "voy igual".

Así que esta experiencia me ha dado la oportunidad de recordar mi pasado, tanto como cuando llevaba uniforme como mi experiencia disfrazándome, me ha recordado lo bien que me lo pasaba cuando era pequeña, y las cosas que nos perdemos en el momento en el que le decimos a nuestra madre por primera vez "Pero mamá si eso es super-feo para ponérmelo, déjame vestirme como quiero" porque creo que en ese momento, en ese instante donde ya nos importa como nos ven los demás es cuando comienza nuestro gran problema del NoSéQuéPonerme aun teniendo un armario lleno. Así que niños de ahora, disfrutar de vuestra inocencia, disfrutar de la inocencia de los demás, porque no dura mucho y en esa época, pasase lo que pasase, siempre te lo pasabas bien.


Nuestra vida no es más que una obra de teatro donde cada uno
actuamos según nuestro rol marcado por los otros.