domingo, 1 de diciembre de 2013

¿Jugamos a ciegos y lazarillos?

¿Qué pasaría si no ves?, ¿qué pasaría si tienes que pasear?, ¿qué pasaría si te guían?, ¿qué pasaría si aunque tuvieses miedo, vergüenza o agobio no puedes parar?, ¿qué pasaría si te obligan a comer algo que no ves qué es?, ¿qué pasaría si te tapan los ojos, te llevan a la calle, sabes por donde vas pero solo ves en negro?

Pues lo más seguro es que estuvieses en medio de un experimento, eso o te han secuestrado (esperemos que no). Aunque en el fondo si no te fías del que te guía, es más o menos lo mismo. En mi caso, sí me fiaba, era una amiga, una de esas amigas que son de siempre, una de esas con la que compartí casi toda mi infancia, una de esas de las que realmente te fías, si no hubiese ocurrido así, todo hubiese cambiado. Además hay que añadirle que conocía el suelo que pisaba, que aunque no viese iba viendo, tenía todo el camino siempre en mi mente, sabía más o menos cuando llegaba una rampa, cuando había que cruzar, por solo el tacto del suelo con mis zapato sabía situarme, por tan solo la gente de la calle sabía perfectamente donde estaba, y de ese modo perdía un poco la gracia. Al igual que dije en esta entrada de mi otro blog, la mitad de las veces que ando por la calle voy en automático, es decir mi vista prácticamente deja de funcionar, ya que va en otras cosas dictadas por mi cerebro, y son mis oídos y mi tacto los que cumplen casi todas las funciones. Aún viendo, me dirijo por el oído, sé si viene un coche o es una moto o son varias personas, o una sola, si viene con prisa o va despacio, todo eso no lo veo nunca, lo oigo. Creo que eso me ayudó mucho a que no me agobiase y fuese tan normal cuando llevaba los ojos vendados, es más estaba a gusto, en mi mente no había nadie, solo existían sonidos conocidos de mi día a día y un olor a lluvia espléndido. Fue una pena en parte, no poder apreciar el olor a flores que sabía que tenía percibir, pero ese olor a humedad, a tierra mojada, ese olor a charcos ocupaba la atención de toda mi pituitaria.

Me hubiese gustado no saber por donde iba, creo que la experiencia hubiese sido diferente, sin embargo en todo momento iba viendo realmente, porque son caminos que conozco desde pequeña, y que están en  mi lista de automáticos, son lugares que frecuento, y que en ese momento sabía qué ocurría. Supe que en la iglesia había una grúa y que por ello no pudimos rodearla, y por lo que bruscamente tuvimos que retroceder en nuestros pasos, supe que en la plaza de las flores debía olerlas, aunque fui incapaz de ello, era un poco una pena saberlo, pero cuando andas por tu casa no te hace realmente falta observar nada. Es verdad que no me pasó en todo el camino ya que cuando cogimos por el callejón, me desorienté un poco, porque no suelo pasar por ahí, y había un hombre vendiendo que no localicé, esto me llevó a que cuando abrí los ojos, pensé que estábamos un poco más delante, pero por el resto iba viendo con mi mente tan normal.

Al cambiar de posiciones se cambiaba de experimento, ya que tenías que guiar a tu compañero a la vez que observabas a la gente poniendo caras muy muy extrañas. He de reconocer que cierto pudor y vergüenza sí que sentí de ir yendo por la calle en parejas con ciegos a causa de pañuelos, sin embargo fue divertido, íbamos lento, y por una de las calles íbamos con miedo de que nuestro ciego se precipitase a la carretera por culpa de lo estrecha que era la acera. Pronto llegamos al instituto de nuevo, y allí todos tuvimos que cerrar los ojos, y tras extender las manos, comernos lo que nos habían dado. No sabía lo que era. La sensación era extraña porque era algo como una piedra, no muy grande pero parecía duro, aunque no lo sabía. Nos dijeron que lo llevásemos a la boca y lo comiésemos, yo confiaba en que no nos iban a envenenar ni nada así que no opuse resitencia, y cuando mi lengua captó la información del sabor supe que era un fruto seco garrapiñado, no me gustan. No es por odio ni por alergia, es que los frutos secos no son mi gran pasión en la vida, aunque el caramelo que lo recubre está bueno, el problema es el interior. Y como no sabía si era cacahuete, almendra, nuez, o yoquesé, pues impaciente por descubrirlo la mordí. ¿Para qué hiciste aquello? ¡¡Con lo bueno que está el caramelo y no te lo acabaste entero!!. Efectivamente, un sabor a cacahuete invadió mi paladar, ODIO LOS CACAHUETES, mi cara debió ser épica, porque como no veía nada, mi expresión no se contuvo. Me lo comí a pesar del sabor, porque claro, no era plan de hacer el feo, sin embargo es un sabor que permanece, que no se va, del que tienes que aguantar, por culpa de esos pequeños trocitos que se guardan entre los dientes. Hombre, para experimentar estuvo bien, porque estuve centrada en el sabor hasta que desayuné en el recreo, y tampoco es que me fuese a morir, ya que como he dicho, no me dan reacción alérgica.

Así que concluyendo y junto con mi experimento del otro día, fue muy divertido, tanto ser guiada como guiar, y comprobé que sin oídos por la calle no soy nada pero sin mi vista un pelín me podría guiar (digo yo, eso sería para verme, aunque quien sabe si  no haré ese experimento algún día), también comprobé que es peor ver las caras de la gente que suponer que te están mirando, y por consiguiente paso más vergüenza cuando no soy yo la que va por la calle haciéndose la ciega.
Por lo que repetiría esta experiencia sin dudarlo, y cualquier otra ya que en el fondo me lo paso genial en la mayoría de ellas, por no generalizar y decir todas. :D